martes, noviembre 14, 2006

La ceache, che

Entenderse, finalmente, es la cuestión. Construir un puente lingüístico que comunique a todos con todos es un ideal que no puedo perseguir. Frustrarse en un intento tan loable puede ser digno de un utópico. Sin embargo, prefiero perseguir un objetivo un tanto más trivial, quizás menor pero no distante en importancia. Contar en breves líneas algunos sinónimos latinoamericanos y a la vez, seguramente la parte más ambiciosa de este arrebato blogístico, entretener.

Mi estadía en México ha rozado las cercanías de lo estupendo. He conocido un lugar tan bonito como colonial: Taxco. Al pie de un cerro, los adoquines del mil ochocientos esconden secretos y sueños ancestrales, a la vez que atraen a miles de turistas por día, quienes nos rendimos ante el ambiente colonial y a las bellezas artesanales elaboradas en plata. El deleite continua en lo gastronómico, como casi todas las ciudades y pueblos del mundo. Nachos con nopales (hoja de cactus), jumiles con frijoles, tacos con chile y cesina, conforman un plato gigante y lugareño que debe acompañarse con la bebida cola de producción local.

El domingo es el día clásico para ver fútbol. Conocer el Estadio Azteca, presenciar un encuentro y ver el tablero electrónico que ha grabado a fuego en la retina de todo argentino dos momentos únicos, indelebles, mágicos. El maradoniano ENG: 0 – ARG: 2 y el épico ALE: 2 – ARG: 3. Estuve a metros del arco receptor de la mano de Dios y del desenlace victorioso de la extenuante corrida de Burruchaga y el alemán Breigel (que la ortografía del germánico esté errada no hace a la cosa). La oportunidad fue ver el encuentro entre los Pumas de la UNAM y las Águilas del América. Más de ochenta mil mexicanos para ver el triunfo aguileño. Hago cuentas, ochenta mil mexicanos, casi todos chilangos (del DF), veintidós futbolistas, cuatro jueces, dos técnicos, más de cien vendedores de chelas (cervezas, se venden hasta los quince minutos del segundo tiempo), mil efectivos policiales, y uno de todos esos me quitó la cartera (billetera, no soy tan trolo para llevar mi cartera a un estadio). Con ella se fueron, mi lana (dinero) y mi dinero plástico. Aquellos que elijan American Express por servicio y no por costumbre (así dice la publicidad de VISA, anyway) sepan que no me la repusieron ni en 24, 48, ni mil horas. O como diría alguno, me la re-pusieron, porque me dejaron sin fantasy money.

Chilangos, chela, chile, nachos. Me doy cuenta que los descendientes de la cultura azteca emplean algunas palabritas con la ceache.

Chilango para los que viven en el DF, algo similar a nuestros “porteños” con esa entonación de amor-odio que subyace en cada uno.

Chela para las cervezas. De locos que en el Estadio, con ochenta mil sedientos, vendan chelas a crédito. Sí, tomamos como ocho chelas entre tres y las pagamos todas juntas al final.

Nachos para llamar a una masa de maíz frita cortada en forma de triangulitos a las que se le adiciona de todo, frijoles en pasta, jumiles (un bicho como un grillo digno de un almuerzo de nuestro Marley), y otras delicias del paladar mexicano.

Chile, nada que ver con el país trasandino, o tal vez sí, no lo sé. Pero chile describe a cualquier cosa similar a nuestros ajíes y morrones, y pican tanto como ellos dicen que no pican. Nada pica si uno le pregunta al mozo o al mexicano que lo acompañe.

Enchiladas, unos tacos (la misma masas de los nachos pero sin freír), son lo que conocemos como canelones. La salsa será cualquier chile con frijoles y seguramente se acompañará con arroz.

Chamarra, sí una campera es una chamarra. Chamba, es un currito, como nuestras changas. Bueno ceache para los dos. ¿Chomba lo dirán igual? No, eso es una polo para casi todo los latinoamericanos.

Así que, en Coyoacán, una de las zonas más exclusivas del Distrito Federal, donde el arte y las gastronomía se dan cita en el zócalo (plaza central de toda ciudad o pueblo), en un ambiente también colonial, de casas en ocre y ventanales en madera, donde los carteles de neon están ausentes dejando libre al rojo pálido de tejas ancianas, en Coyoacán decía, un chilango se toma una chela comiendo unos nachos con chile esperando que lleguen sus enchiladas, mientras ve que el cielo amenaza con llover. Rápidamente, aparece otro chilango que se gana una chamba vendiendo chamarras.
Con tantas ceaches, ¿cómo me pueden llamar el Che a mí?

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